No tengo por costumbre hablar mal de compañeros... en este blog. ;-)
No quiero utilizar el anonimato (veremos cuánto dura) para explayarme criticando a mis compañeros de trabajo, ni contar intimidades de nadie... He intentado ser cuidadoso con eso... hasta ahora.
Y lo voy a intentar seguir siendo. Únicamente, me limitaré a contar hoy una de las muchas experiencias extrañas que pueden vivirse, siendo profesor universitario en España.
En nuestro Departamento hace años que estamos rondando el 95% de saturación, en lo que a docencia se refiere. Ese porcentaje es, simplemente, el cociente entre el número de créditos que debe impartir el Departamento (según la docencia que tiene asignada) y el número de créditos que puede impartir como máximo el Departamento (según la docencia que tiene contratada, es decir, según los créditos que puede impartir como máximo cada profesor).
Eso significa que todos estamos impartiendo cerca del 95% de la docencia máxima que podríamos impartir (33 créditos, en mi caso, como ya sabréis los que me leéis).
Y, por tanto, eso significa que si estornuda un profesor, y cae enfermo, al otro lado del Departamento otro profesor puede tener que reorganizarse como pueda la semana para cubrir esa baja, en una especie de inevitable efecto mariposa. Y estamos obligados a ello, o medio obligados, pues el Vicerrectorado de turno no concede la contratación de nuevo personal si la dichosa saturación no supera el 95% (y lo rozamos, pero no lo superamos) y la baja es de corta duración.
Puestos ya en antecedentes, suponed ahora que hay un profesor que el año pasado aterrizó en el Departamento (casi sin pedir permiso a la torre de control). No sé muy bien por qué, pero creo que necesitaba pertenecer a mi Universidad para poder ocupar cierto cargo político (creo que se trataba de un cargo de ámbito autonómico).
Pues bien, tal profesor existe, y hace poco dejó de ocupar dicho cargo, aunque ahora realiza otras tareas de gestión universitaria. Pero en mi Universidad, todos los profesores que ocupan cargos de gestión, excepto el Rector, están obligados a impartir un mínimo de 8 créditos por curso.
Y ahí comienza el lío. A los 9 profesores que impartimos en este cuatrimestre una macroasignatura con 9 grupos de teoría y unos 25 grupos de prácticas, nos ha tocado como compañero de viaje al que, a partir de ahora, llamaré el Profesor Fantasma.
Sería tan fácil como que el hombre se pusiera a impartir los 8 créditos que le corresponden, en nuestra asignatura. Pero a nadie se le pasa por la cabeza la extraña idea de que eso vaya a suceder.
Lo último que sé es que este Profesor Fantasma ha conseguido otro carguito público, lo cual sí le permite no dar clase oficialmente, y que se le pueda buscar un profesor sustituto (en este caso, sí que se realizaría una contratación, concretamente de un profesor asociado a tiempo parcial).
Pero la situación en estos momentos es la siguiente: llevamos una semana y media de clase. Hasta el momento, tres profesores distintos nos hemos ido repartiendo las clases del Profesor Fantasma, por no dejar a los alumnos sin clases. No sabemos si algún día alguien nos devolverá el favor. No tenemos por qué dar esas clases, porque el hombre todavía no ha presentado ningún papel ni contrato, y por tanto debería estar dando sus clases.
Y, cuando lo presente, si lo presenta, entonces se iniciará el procedimiento para convocar el concurso público que terminará con la contratación de un profesor asociado, a no ser que se contrate a alguien por vía de urgencia, que se puede hacer.
Un marrón en toda regla, al que dan ganas de negarse, si no fuera porque los alumnos no tienen la culpa de nada. Y la verdad es que hoy, pese a haber tenido menos de una hora para comer y digerir 3 horas previas de clase, no lo he pasado mal, con las clases extra. Son majetes, los alumnos del Profesor Fantasma. Tendrá suerte, el tío...
Como he dicho al principio, no pensaba criticar a compañeros; de hecho, al Profesor Fantasma, ni lo conozco. Sólo conozco su nombre, y su cara, por fotos. Sólo sé que, cuando se aprobó su traslado al Departamento, nos prometieron que nunca impartiría clases, dado que tenía su cargo político. Ahora, aquí, el que más y el que menos, piensa: "cómo nos la han metido..."
Quizás dentro de un tiempo nos riamos de esto, pero...
Son cosas que no pasarían nunca en una empresa seria, pero que suceden en la Universidad Española del Siglo XXI, la que avanza a marchas forzadas y contra su voluntad hacia el modelo europeo de Educación Superior. Y se podría hacer un libro (o un blog, mismamente) con todas ellas.
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